Han vueltos los viejos tiempos
a pasear campechanamente por el hoy:
yo viví en el confinamiento
de una habitación con acceso
desde el pasillo,
sin otros pormenores ni acompañamientos
que yo conmigo mismo.
Luego compré un piso
-sobre planos-
y me lo entregaron
dos o tres años después,
con una hipoteca a diez años;
mis hijos, amparados ya por la Constitución,
se hipotecaron a treinta años
y una habitación menos,
y ahí siguen en el curso de los días.
¿Y mis nietos? Un día me iré para siempre
e ignoraré todo lo referente
a sus modos de vida.
Se me antoja que seguirán
con similares necesidades a las mías,
pero mi imaginación es cada día más limitada
y estoy anegado de dudas.
No hay progresiones infinitas,
-salvo en matemáticas-
pero dudo que no suceda lo mismo
a la inversa.
Antes de irme les he de recomendar
que traten de ser felices en lo poco.
Vivimos iguales momentos.
ResponderEliminar¡Qué tiempos estos tan desventurados,, Emilio! A nosotros nos tocó subir, pero a los nuestros bajar sin frenos.
EliminarUn abrazo.