Llegué un claro día de abril,
entre el blancor de la cal
y el trasfondo de la Sierra Blanca,
donde el bosque mediterráneo
es verde sonrisa permanente
y brisa que acaricia y atempera.
Segundo en la meta, primer varón,
tañidos de fiesta en la humildad del hogar
y en el regocijo de los abuelos.
En la inexperiencia de mis manos
un futuro de labriega continuidad
que descarté abriéndome paso
por la aventura de lo novedoso.
Y no fue mal, pero me distanció
de la melodía de lo íntimo
echándome en brazos de lo innovador.
Y pasaron los días, más bien los siglos,
y me alejé del amoroso origen,
y todavía resuena en mí la música
de aquel recibimiento de esperanza
que trunqué abriéndome caminos.
Al pairo del destino
y envuelto en la brisa dominante,
surqué otras sendas, no siempre mejores,
hacia una meta novedosa
que me trajo a esto hoy
que ya se está transfigurado
en la niebla de la nada.
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